L A B U E N A G E N T E
UNO Un ligero airecillo marino entraba por las ventanas de aquel restaurante. Dakarai y Juan observaban charrancitos y gaviotas revolotear apacibles en toda la costa. La brisa desordenaba los aires y arrastraba las aves de un lado a otro en un vaivén juguetón y trepidante. El vuelo, a ratos, parecía infructuoso, aunque irradiaba la felicidad de los días despejados… Sobre la mesa, un pescado adobado desprendía el aroma del mar y ostentaba su carne blanca junto al plateado de su piel. Acompañaba, señorial, a un plato de langostinos y a otro de hortalizas variadas... Un vino -secreto y consistente- preparaba el momento exacto para expandir su pócima frutal en aquellas bocas afanosas. El hermoseamiento de la mesa asignaba precisión y elegancia a las servilletas púrpuras que se reflejaban en la brillantez tenaz de los utensilios… Juan y Dakarai se miraban como se examinan las fresas en la cosecha antes de masticarlas, del mismo modo como se contemplan las uvas en la canasta previas a la ve